TARAZONA, sábado, 24 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha escrito monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, con motivo de la Jornada Mundial de oración por las vocaciones, que se celebra coincidiendo con el cuarto domingo de Pascua, domingo del Buen Pastor, 25 de abril.
La Jornada Mundial de oración por las vocaciones se celebra coincidiendo con el IV domingo de Pascua, domingo del buen Pastor. En este Año Sacerdotal, también esta Jornada es una ocasión propicia para apreciar la misión del sacerdote en el servicio de la Iglesia, y más concretamente en el fomento de las vocaciones de especial consagración.
Entendemos por vocaciones de especial consagración todas aquellas que incluyen la entrega de toda la vida en la virginidad y el celibato por el Reino de los cielos (Mt 19,12). Y esta especial consagración es fruto de un don especial del Señor para aquellos a quienes él llama a seguirle incluso corporalmente. Desde el comienzo de la vida de la Iglesia, aparece este estilo de vida, en el que el hombre o la mujer no se casan, no constituyen una familia según la carne, sino que se consagran a Dios para una mayor fecundidad en el seno de la Iglesia, de la familia de los hijos de Dios.
Este estilo de vida tiene su origen en el propio Jesús y en su madre bendita, María. Jesús no se casó. María fue siempre virgen. José es el padre virginal de Jesús. El apóstol Pablo vivió así y lo recomienda a sus fieles. “Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra” (1Co 7,7). Enseguida proliferaron hombres y mujeres que quería vivir como vivió Jesús. Podemos decir que la virginidad es típicamente cristiana, porque toma de Jesús su inspiración y su ejemplo. Y porque no existe como tal en ninguna otra religión, fuera del cristianismo. La virginidad, por tanto, es un perfume de marca cristiana, que el mundo no entiende.
Este tipo de vocaciones hacen un bien inmenso a la Iglesia y a la sociedad. A la Iglesia, porque son como la tipificación de la Iglesia virgen fecunda y recuerdan a todos los fieles los valores definitivos del Reino. Y a la sociedad, porque todas estas vocaciones sirven a la sociedad con una entrega y una gratuidad, que a veces sólo se valoran cuando nos faltan. Pero están ahí. En los lugares más pobres con los pobres. En las parroquias, llegando hasta el último rincón de cada hogar. En tantas obras asistenciales con ancianos, enfermos de Sida, hospitales, cárceles, etc. En todo el campo de la educación, haciendo de sus colegios una plataforma de evangelización. En la vida contemplativa, recordando a todos que el único valor absoluto es Dios y que Dios merece ser buscado con todas nuestras fuerzas.
Necesitamos, hoy como ayer, vocaciones de especial consagración. Sacerdotes, consagrados hombres y mujeres en las distintas formas de vida consagrada. Esta Jornada mundial es una ocasión para agradecer a Dios estos dones, sostener a los que han sido llamados y para pedir a Dios que siga enviándonos sacerdotes y consagrados en los distintos carismas que enriquecen la vida de la Iglesia. Necesitamos hombres y mujeres que estén dispuestos a dar la vida por Jesucristo y por los demás. Y no como un voluntariado a tiempo parcial, sino la vida entera en totalidad. A nuestros contemporáneos, especialmente a los jóvenes, les cuesta asumir un compromiso para toda la vida. Sucede en el matrimonio y sucede en estas vocaciones de especial consagración. Por eso, hemos de apoyarlas como un bien común del que todos salimos beneficiados.
El cauce principal por el que se suscitan y se sostienen estas vocaciones es el testimonio. La Jornada mundial de oración por las vocaciones es también una llamada a vivir fielmente la vocación recibida. Las personas consagradas y los sacerdotes suscitarán en la Iglesia quienes quieran ser como ellos, cuando ven un testimonio creíble de esa vocación a la que se sienten llamados.