(ANS – Roma) – En la segunda parte de la entrevista que publica ANS, la Madre Yvonne Reungoat, a partir de su experiencia, habla de los jóvenes, de la aportación que las Hijas de María Auxiliadora (FMA) puede ofrecer y de su propia historia vocacional.
¿Cuáles son las esperanzas y los desafíos de los jóvenes actuales? ¿Se puede aún trazar una geografía del mundo juvenil o la globalización lo ha unificado todo?
Seguramente hay desafíos específicos de los jóvenes según los diversos contextos socio-culturales. En los de mayor pobreza económica o empobrecidos, los jóvenes están más motivados para comprometerse en la elevación de su situación social y saben aprovechar las oportunidades que se les ofrecen; los de países definidos como ricos están menos motivados y necesitan un periodo más largo de maduración humana. Pero esto son sólo generalizaciones.
La globalización ha uniformado un poco las necesidades y ha introducido otras, de modo que hay muchos más temas que unen a los jóvenes actuales en todo el mundo que aquellos que los diferencian. Se han globalizado los lenguajes, el consumo, las esperanzas de realización, las noticias y las nuevas tecnologías.
No me refiero al desafío de la globalización sólo en su dimensión negativa – secularización, relativismo, consumismo – sino también en la positiva. Se ha globalizado, por ejemplo, la solidaridad, el voluntariado ha crecido, hay una nueva sensibilidad con respecto a los derechos humanos y a la dignidad de cada persona. Las necesidades profundas de los jóvenes son las de siempre: amar y ser amados, buscar el sentido de la vida y la felicidad, comprometerse en el bien común, hacer del mundo una casa habitable para todos.
Actualmente los jóvenes quieren estar presentes: no sólo haciendo oír su voz como indignados, sino poniendo a disposición sus recursos como jóvenes comprometidos. Creo que nos preparamos para vivir una nueva era, siempre y cuando sepamos escucharlos y acompañarlos en su camino de crecimiento humano y cristiano.
No se trata sólo de un lenguaje juvenil encriptado, sino también de un lenguaje hecho de sencillez, concreción y don de sí. Hay, a menudo, una búsqueda implícita de sentido que es necesario sacar a la luz y una demanda latente de los jóvenes de ser acompañados por adultos significativos en un mundo que se ha hecho cada vez más multiétnico, multicultural, multirreligioso y que no tiene ya puntos de referencia. El desafío para nosotras es acompañarlos a abrirse a los otros y al Otro, hasta el anuncio explícito de Jesús.
El término “crisis” caracteriza diferentes ámbitos, desde el económico, el social, los valores y la realidad juvenil. ¿Qué esperanzas ofrecen las FMA?
Las esperanzas que podemos ofrecer dependen de las que animan nuestra propia vida. El primer signo de esperanza para los jóvenes es encontrar adultos capaces de esperar. La crisis, presente sobre todo en occidente, es una crisis económica y social, de valores, cultural y educativa. La emergencia educativa puede ser interpretada como emergencia de padres y de madres, de casa y de familia, de formación.
Educar en una sociedad que hace del relativismo su credo con demasiada frecuencia y que colma a las nuevas generaciones de gratificaciones emocionales y exalta la cultura de lo efímero puede hacer más difícil nuestra tarea y frenar nuestras iniciativas. Estoy convencida, sin embargo, de que podremos ofrecer esperanzas a los jóvenes sólo si superamos la crisis de autoridad en la que muchos adultos se han precipitado, abandonando, con frecuencia, sus responsabilidades.
Si como FMA testimoniamos la belleza y la alegría de nuestra vocación, será más fácil formar una gran red de comunión y diálogo con todo aquellos que tienen en el corazón la educación de los jóvenes y con los mismos jóvenes.
En nombre de todas las FMA, expreso el deseo de que muchas jóvenes puedan descubrir la llamada a seguir a Jesús en nuestro Instituto. El campo de las necesidades educativas es inmenso. De esta crisis, que también es vocacional, se sale si somos capaces de entregar a las jóvenes generaciones el carisma salesiano porque lo desarrollen y lo enriquezcan. A los 140 años de la fundación, veo un horizonte amplio y abierto en el que nuestra Familia religiosa puede seguir escribiendo páginas de fidelidad gozosa, también con la aportación de las jóvenes que no tengan miedo de comprometerse en el seguimiento de Jesús.
¿Puede contarnos brevemente su historia vocacional?
En mi familia tenía un tío salesiano, misionero en Canadá, y se recibía periódicamente el Boletín Salesiano. Fue así como mis padres conocieron la existencia de un colegio de las FMA cerca de la ciudad de Dinan, en Bretaña (Francia), donde pude realizar los estudios. Quedé impresionada por el clima de familia que reinaba en la comunidad. Un día, la directora me preguntó: “¿Nunca has pensado en la vida religiosa?” Esta pregunta directa despertó en mí el deseo de hacerme religiosa que ya había cultivado en mi corazón antes de conocer a las hermanas y que había olvidado, pensando que no era capaz de responderla. Tengo que reconocer que la directora de Dinan fue una verdadera acompañante y que el clima educativo de la comunidad fue un apoyo en mi camino. Las FMA tenían el arte de hacerte protagonista; te confiaban pequeñas responsabilidades adecuadas a nuestras posibilidades, y con ellas nos educaban en el servicio a los demás. El acompañamiento me ayudó a madurar la respuesta vocacional. Me sentía atrapada por Dios, pero, sin aquella pregunta, quizá no sería Hija de María Auxiliadora.
Haber sido misionera en África enriqueció mi vocación, que ha tenido después se ha ido realizando de forma sorprendente con mi elección como Visitadora, Vicaria general y, por último, Superiora General. He pensado desde el comienzo que esta misión me superaba totalmente y que sólo podría realizarla contando con la ayuda del Señor y de María Auxiliadora.
Ser la novena Sucesora de Madre Mazzarello es una tarea que puede ser realizada sólo con la gracia de Dios, con el abandono en María Auxiliadora: Ella lo ha hecho todo también en mi vida. Estoy convencida de que el Señor nos pide sólo la disponibilidad para actuar en nosotros con libertad y hacernos instrumentos de su amor preventivo.