Reciban mi afectuoso saludo amigos lectores. Hoy quisiera transmitirles este mensaje que ven en el título de esta página y del que debo decirles que no soy el autor. Ha sido el Papa Francisco quien, en la Navidad del año pasado, felicitando a las familias de quienes trabajan en la Ciudad del Vaticano, eligió como guía de su mensaje de felicitación esta realidad de la sonrisa, en un tiempo donde no pocas veces está ausente porque también el trato humano y respetuoso está ausente.
Con frecuencia reflexiono un poquito sobre una realidad que me sorprende. Se trata de esto: somos conscientes como humanidad de que la afabilidad, el trato con respeto, los signos de delicadeza, las expresiones de fraternidad y solidaridad, el amor vivido en los ámbitos diversos de la propia vida es algo que llena nuestros corazones profundamente y, sin embargo, socialmente, como grupos humanos, regiones, naciones, nos cuesta tantísimo hacerlo realidad, crear comunión entre los pueblos, sumar esfuerzos que ayuden a hacernos más humanos.
Pero no solo ocurre en los grandes temas de la ‘gran política’ o de la ‘macroeconomía’, con intereses muchas veces enfrentados, sino que no pocas veces ocurre entre las familias, entre hermanos, entre parientes… Todos sabemos que es así.
Pues bien, aun reconociendo esta realidad, la Navidad, el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, nos recuerda que la Salvación se nos ha donado, se nos ha regalado, y nosotros hemos de seguir construyendo un mundo donde Dios, con su Amor por nosotros, esté siempre más presente. Claro que a veces se nota que nos resulta difícil porque si algo tenemos es la plena libertad para hacer y deshacer, para construir y destruir, para sumar y para restar., y por eso vamos haciendo camino hacia una mejor Humanidad, pero a veces nos parece que damos muchos pasos hacia atrás.
Yo deseo invitarles a que, en esta Navidad, todavía de pandemia del Covid (o al menos con su presencia amenazante), pero en gran parte controlada, donde estamos aprendiendo a vivir con esta amenaza, no renunciemos a dejarnos sorprender por esa sonrisa de Dios que se traduce en tantas cosas sencillas. Un ejemplo sencillo y hermosamente humano es nuestra actitud ante un bebé al que, de inmediato, nos surge el gesto natural de sonreírle para suscitar su sonrisa y cuando ésta aparece en su rostro nos produce una enorme emoción que es signo de sencillez en su belleza e inocencia. Jesús, dice el Papa Francisco, “es la sonrisa de Dios”, porque vino a darnos el amor del Padre. Su mensaje fue acogido por María y José que han reconocido en su sonrisa la misericordia de Dios para ellos y para todos aquellos que esperaban al Mesías.
Y nosotros, en este presente, en esta Navidad, ante el Hijo de Dios que se hace humano podemos sentir que en Él Dios nos sonríe y sonríe a todos los pobres de la tierra a todos aquellos que esperan la salvación, que esperan un mundo más fraterno, un mundo donde se superen las guerras y violencia, donde todo hombre y mujer pueda vivir en su dignidad de hijo e hija de Dios.
Miren, les quiero contar algo que yo mismo vi hace unas semanas y que me llegó serenamente al corazón, y comprenderán el por qué. Me encontraba en Valdocco, y eran las tres de la tarde. Pasaba por el patio y algo (mejor diré alguien) atrajo mi atención. Observé con más atención y vi que una persona joven estaba bajo el pequeño pórtico que sostiene las habitaciones de Don Bosco había alguien rezando. Vi que era un musulmán que había puesto su alfombra sobre el suelo, dirigida hacia la Meca y se arrodillaba y se ponía en pie, haciendo sus rezos según su religión. Estaba comunicándose no con ‘Su Dios’, sino con el Único Dios, en el modo y manera que su religión lo expresa. Estaba muy centrado en su oración y poco le importaba quien pasaba o no, y seguramente que no se dio cuenta de que yo, sin molestarlo y con mucho respeto lo contemplaba.
Casualmente, a esa hora yo había salido de la capilla Pinardi donde durante toda la jornada está expuesto el Santísimo Sacramento, el Señor Jesús presente en la Eucaristía, y pensé que era hermoso que Valdocco y el mismo pórtico donde don Bosco había estado tantas veces con sus muchachos y donde habían rezado, era el pórtico que recogía y albergaba la oración de ese joven musulmán. Porque la sonrisa de Dios es una sonrisa para todos sus hijos e hijas en este nuestro mundo. Todos somos fruto de su Amor y de su Creación. Y al igual que este pórtico de Valdocco, las casas salesianas del mundo acogen cada día a decenas de miles de muchachos, muchachas y jóvenes de todas las Congregaciones porque allí, en la casa salesiana se están preparando para la vida, creciendo en Humanidad e incluso en Fe, seguramente vivida y expresada en su religión familiar, o tribal o étnica, pero siempre como hijos e hijas del único Dios.
Por eso mis queridos amigos y amigas quiero hacerles llegar mi saludo de Navidad con toda la carga de humanidad y de Fe de que soy capaz. Y les sigo invitando a que ustedes y tantísimos más sigamos siendo de las personas que nos sumamos a quienes creemos que el mundo necesita de nuestra pequeña contribución hacia una Humanidad más parecida al sueño de Dios sobre nosotros.
Les deseo una Santa Navidad y les deseo lo que el mismo Papa ha deseado en aquel encuentro:
“Lleven este deseo a sus seres queridos en casa, especialmente a los enfermos y los ancianos: que sientan la caricia de su sonrisa. Es una caricia. Sonreír es acariciar; acariciar con el corazón, acariciar con el alma. Y mantengámonos unidos en la oración “.
Que Dios les bendiga y que vivan una santa y hermosa Navidad.
Don Ángel Fernández Artime
Rector Mayor de la Congregación Salesiana