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El 16 de enero hacía la ruta Lima – Tarapoto – Yurimaguas – San Lorenzo, en
avión, auto y avioneta, gracias a ésta evitamos ocho horas por río. Conocí a
Pamela, catequista en la Parroquia San Lorenzo, Datem del Marañón,
Loreto, y al padre Alberto SDB, misionero Ad Gentes, párroco de Santo
Tomás Apóstol de Andoas. Organizamos todo y partimos a San Fernando,
cuatro horas por río, cargamos lo faltante a la chalupa y continuamos hasta
Puerto Pijuayal, otras cuatro horas, a una comunidad de la etnia Kandozi.

Al llegar conocimos a Matama e instalamos el campamento en el emponado
de Manuel. Oír hablar más kandozi que español, me cuestionó sobre cuánto
de lo que diría sería bien entendido. Al anochecer terminaba de asimilar
que estaba allí, las expectativas de alojamiento eran mínimas: sin
electricidad, ni agua potable o desagüe, sin internet ni señal telefónica, pero
la realidad fue alentadora: carpas bien ubicadas, pozo de agua cercano y
algunos paneles solares. Insectos y arañas eran otra historia.

Iniciábamos cada día con rezo de laudes y Eucaristía, luego desayunar y
preparar alguna bebida y el panetón para el momento de oratorio,
catequesis, risas por doquier e incansables saltos; al pasar el medio día
comíamos algo, seguía la alfabetización de adultos y juegos con los niños.

Al final de la tarde, un pequeño compartir y el “buenas noches”.
Su curiosidad y breve tiempo de atención convertían juegos y canciones en
buenos recursos. Los temas se redujeron y centraron en una frase que
apuntamos en español y kandozi. Salud, alimentación, el valor que se da a
la persona, especialmente a las mujeres, son grandes debilidades, sin
embargo, como decía padre Alberto, “por más problemas que les toque
vivir ellos sienten que la vida vale la pena vivirla y la viven felices”. Los niños
convertían cada actividad en fiesta, eran muy disponibles y quienes no
parecía ser más por retraimiento que por desgano. Por las noches,
valorábamos la dedicación de Cecilia en la alfabetización, la disponibilidad
de Anita y Brita, y comentábamos la necesidad de empoderamiento que
tienen “los hijos Kandozi de Dios”.

El último día, el aula que también servía de capilla se decoró con globos
para celebrar la fiesta de Don Bosco. Después de las últimas fotos y premios
era momento de levantar el campamento y volver a cargar la chalupa, con
más ayuda que cuando llegamos y con rostros conocidos despidiéndonos.

Pasamos dos días en San Fernando, jugamos con los niños, recordamos a
Don Bosco y participamos de la Eucaristía. La última noche, en San Lorenzo,
antes de retornar a Arequipa, agradecí haber compartido la misión con
Pamela y con padre Alberto, misionero itinerante, padre, maestro y amigo
que sigue haciendo Iglesia e historia en nuestra Amazonía, la oportunidad
que me dio padre Józef en el programa de Voluntarios Misioneros
Salesianos y haber conocido a algunos “hijos de la selva”. Fue una
experiencia única, memorable y valiosa, en mis oraciones ahora habrá
algunos rostros y lugares de ese pedacito de cielo.

Testimonio de: Diana Elizabeth Núñez Linares, Voluntariado Misionero Salesiano

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