En este último tiempo, en todo el mundo, estamos experimentado de manera muy intensa nuestra fragilidad y pequeñez. Estamos atravesando la incertidumbre y la angustia de no saber cómo seguiremos.
Al mismo tiempo, estamos ratificando que nos necesitamos unos a otros, que tenemos que cuidarnos entre todos, que existen muchas personas dispuestas a darlo todo, que estamos aprendiendo, descubriendo y valorando muchas cosas.
Es la paradoja de toda la existencia. En la oscuridad se hace más nítida la luz. Lo mismo que en la Pascua, donde la vida brota con fuerza desde la muerte más absurda.
Por eso mi saludo, en nombre de todos mis hermanos salesianos, va acompañado del deseo profundo de que este tiempo sea fecundo, más allá del dolor. O, mejor aún, que el dolor de estos días sea verdaderamente fecundo. Como Jesús, que con sus heridas, nos ha curado a todos.
¡Muy felices pascuas!
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