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“El valor de la vida y de la familia en tiempos de pandemia”

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Mi concepción sobre la vida y la muerte ha cambiado más de una vez. Sin duda, como todos, empezamos por concebir la muerte con la primera pérdida de nuestros seres cercanos: de pronto guarda lógica, entendimiento y razonabilidad cuando se trata de personas mayores a nosotros y, de alguna forma, nos vamos preparando para ello.

Aunque somos conscientes de que nadie está preparado para perder a un ser querido, sin embargo, todo cambia cuando tenemos la oportunidad de ser padres. En ese estado comprendemos que la vida de nuestros hijos está por encima de las nuestras y donde se hace evidente una frase trillada pero muy cierta: “doy mi vida por mis hijos”.

Y es literal. Cualquier fracaso, dolor o pérdida se vuelve una herida en el corazón que sangra por mucho tiempo. En ambos casos esa herida es capaz de cicatrizar, pero a la vez es muy sensible a sangrar nuevamente. Quizá, y solo quizá, el tiempo haga más calmo nuestro llanto y el dolor.

¿Pero qué sucede cuando tenemos en nuestro hogar a personas cuya vida pende de un hilo, tal como es el caso de una enfermedad terminal o una condición de salud de minusvalía permanente? Es en ese momento cuando aparece una tercera relación con la muerte, y donde la frase “un día a la vez” carga relevancia.

Es, también, la primera vez en que no peleamos con la muerte, sino que damos gracias a la vida y, probablemente, desaparecen muchos prejuicios relacionados con las diferencias tales como la edad, estatus, valor del dinero y acumulación de riquezas.

No cabe duda de que a medida que pasan los años y vamos perdiendo seres queridos sentimos de cerca la soledad en primera instancia, para después reconocer que somos nosotros los que también podríamos partir, y es entonces cuando necesitamos estar cerca de los nuestros.

Es por ello, sobre todo ahora, que hemos experimentado este sentimiento. Necesitamos de alguien en particular, de algunos o quizás de muchas personas al lado nuestro. De pronto lo(s) necesitamos aun sin saberlo o pedirlo.

Por ello debemos estar atentos a acoger y buscar a quienes nos necesitan y que son o se convierten en nuestra “familia”, nuestra nueva familia.

Escribe: Rubén Dávila Calderón

Ex alumno salesiano

Un artículo del Boletín Salesiano de Perú

Comienza la 94ª Asamblea Plenaria de la ROACO

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